viernes, 28 de agosto de 2009

EXCUSAS

6.03 am. Cerré la puerta de mi casa haciendo más ruido de lo habitual, quizás por mi estado de somnolencia, quizás porque sabía que la rutinaria realidad del día a día me llevaría a transitar las mismas calles, ver las mismas caras, lidiar con los mismos problemas. De repente el asfalto comenzó a temblar, un ruido lejano me produjo un escalofrío y sentí como las baldosas que me sostenían comenzaban a temblar de miedo, angustiadas de no poder salir corriendo. El ruido se tornaba ensordecedor y mientras tapaba mis oídos, mis ojos se abrieron más de lo común sorprendidos de lo que veían; asomándose por el horizonte de las calles Paraguay y Solares un numeroso malón de indios venía a mi encuentro a toda velocidad. Cerré los ojos y sentí como me desmayaba al recibir un golpe en la nuca. Desperté en un lugar muy extraño, rodeado de varios pares de ojos oscuros y grandes que me observaban, estaba acostado en un catre, el suelo era de tierra y el techo de paja, no sabía dónde estaba pero sí sabía que quería salir de allí. Busqué una abertura y cuando la encontré y salí la sorpresa fue mayor. Un grupo de indios e indias semi-desnudos realizaban extraños bailes alrededor de una fogata y dos ancianos de largas plumas en sus cabezas señalaban el cielo. El dolor de mi nuca no había cesado, sin embargo logré orientar mis ojos hacia arriba. El cielo más oscuro y negro que jamás había visto era interrumpido por nueve lunas en distintas etapas, cada una rodeada de 4 planetas rojos, como soles a punto de morir. Hipnotizado por el paisaje apenas percibí como un grupo de indígenas me ataba de pies y manos. Uno de los ancianos que hablaba un precario castellano se me acercó y me contó que se trataba del ritual de purificación, en el cual se convertía a los oprimidos habitantes de las ciudades en bellos animales, libres y felices. Cuando comprobé que no era una broma, me asusté demasiado, pues convertirme en animal no estaba en mis planes, al menos antes de los 42 años. Aprovechando que la casilla del que imaginé sería el “hechicero” aún queda lejos logré soltarme y corrí, corrí como nunca antes lo había hecho, solo, por el medio del campo, perseguido por un malón de antorchas incandescentes y flechas venenosas. Unas garras me agarraron de los hombros y una voz me dijo: Yo también era joven aún. Se trataba de una enorme águila que me remontaba por los cielos y luego de un largo viaje y una interesante charla, por fin logré llegar.
Mi profesor dormía. Me fijé en su cuaderno y ya me había puesto la falta; la próxima vez, simplemente le digo que se me quedó el colectivo.

viernes, 21 de agosto de 2009

AQUEL BAR

Aquel bar no se encontraba en una esquina, ni tenía cartel luminoso alguno.
Parado en la vereda pude percibir aquella mezcla de olor a comida casera y café que hacía tiempo no sentía. Los recuerdos de mi infancia y los mediodías familiares se apoderaron de mi cuerpo, quien buscando volver a casa se abalanzó sobre las puertas del local.
El sonido que produjo la campana ubicada en la puerta advirtió a los pocos comensales, quienes sumergidos en el más sereno silencio me dieron la bienvenida inclinando levemente sus cabezas.
Una pequeña mesa ubicada junto a una antigua ventana me invitaba desde un rincón. Aquel conjunto de vidrios y madera que interrumpía la suave armonía de las paredes del lugar me permitió observar la “realidad” en la que me había visto inmerso hasta hacía un minuto; autos descompuestos, conductores irritados y personas que daban grandes y apresurados pasos tal como si estuviesen a punto de despegar y volar por los aires a toda velocidad, dominaban la escena.
Un dulce y joven perfume me desvió de mi concentrada reflexión; al girar mi cabeza, mis ojos descubrieron al ser más radiante, pacífico y alegre que jamás hayan visto. Su mirada tranquila hacía juego con las suaves líneas que dibujaban sus labios, y el color de su piel contrastaba a la perfección con la amplitud y amabilidad de su sonrisa. Un sonido salió de sus labios, sin embargo mi admiración no me permitió escucharlo, aún así inconscientemente mi boca pronunció la palabra “café”.
Mientras la hermosa joven se alejaba, una humilde y cristalina mirada me inquietaba de gran manera. Cerca de mi mesa una sonrisa se abrió paso en el arrugado rostro de un anciano, tal como si pudiese escuchar los fuertes y acelerados latidos que daba mi corazón.
Aquel bar era mágico, ya sea por la combinación exacta de olores, la disposición perfecta de sus mesas o la concurrencia ideal de sabias personas que valoraban la paz del silencio, ya sea por el aislamiento que tenía de su acelerado entorno de ciudad capital, los cálidos rayos de luz que recorrían el lugar, o su ubicación en la cuadra; aquel bar era mágico, simplemente, porque en él estabas tú.

viernes, 14 de agosto de 2009

ESCRITOR

Existió alguna vez el rumor
Que en la única montaña de la región
Vivió un viejito de cuentos sin finales escritor.

En su época de gloria, se decía
Escribía los más bellos cuentos
Que luego para comer vendía.

Lo que el escritor no sabía
Era que muy cerca de donde él vivía
Los personajes de sus cuentos cobraban vida.

Un día de verano en el que el escritor misteriosamente entristeció
Comenzó a escribir cuentos sin finalización

Los personajes que él creaba no soportaron la situación
Y para comunicarle su indignación
Mandaron a la bruja en su representación.

-Nunca más un final escribirás- la hechicera manifestó
Y vivirás recluido en la montaña
Conviviendo con los personajes que salieron de tu imaginación.

Princesas solteronas y deprimidas, guerras sin ganador
Ladrones que andaban sueltos y hasta una banda de ratones que nunca afinó
Convivieron con el escritor en la montaña provocándole una terrible indignación.

Un día como cualquiera harto de la depresión
Escribió un nuevo cuento sin finalización
En el que el protagonista era un obediente carruaje volador.

Cuando éste apareció en la montaña como un fruto más de su imaginación
Subió sin pensarlo
Y en un segundo de la montaña se fugó.

Nadie supo nunca qué dirección tomó,
Donde fue que se mudó
O con los personajes de la montaña que fue lo que pasó.

Lo único que me asegura este rumor que me llegó
Es que por miedo a una nueva represión
El escritor nunca más un cuento imaginó

Sin embargo hoy las historias que tristemente escribió
Siguen leyéndose en el mundo entero,
Pero sin conocerse su autor.

viernes, 7 de agosto de 2009

PERCHA



Agradeciendo la imperfección natural que caracteriza a la raza humana me encuentro una vez más disfrutando del pequeño haz de luz que tímidamente se asoma por el hueco que dibujan las dos enormes placas de madera que me cubren.
Puedo sentir como cada segundo que pasa debilita la fuerza de aquella luz, enseñándome los misterios de un nuevo ocaso. La oscuridad de la noche se presenta ante mí, y saboreando naftalinas entradas en años, comienzan a aparecer las desvelantes inquietudes nocturnas; ¿seré tan sólo una forma? ¿Un simple conglomerado de átomos dispuestos de cierta manera con el único fin de cumplir funciones? ¿Qué hay dentro de mí realmente? ¿Qué hay más allá de las oscuras placas de madera que me aprisionan? ¿Podré saberlo algún día? Me inquieta el pasado pero me desespera más la soledad del hoy. Nadie a mi alrededor percibe mi estado, claro que oculto tras las poderosas capas de tela que me cubren es muy difícil ver mi verdadero yo.
Las placas se abren, los miedos se disipan. Puedo sentir la suavidad de tus manos, el perfume de tu pelo, la dulzura de tu mirada. Mágicamente me miras, me desvistes y me dejas nuevamente en mi lugar. Cierras las claustrofóbicas puertas de madera. La oscuridad me abraza otra vez, pero la felicidad se apodera de mí.
Soy feliz de contribuir mínimamente a tu belleza, de ser un valiente guardián de lo que te pertenece, de que me hayas vuelto a mirar, de volver a sentir tu perfume, de sentirme nuevamente entre tus manos. En fin; soy feliz de ser este simple trozo de alambre moldeado, esta vaga imitación de la forma humana, a la que orgullosamente llamas “TU percha”.