martes, 23 de marzo de 2010

ME-MORÍA

Toco los muros de cemento, húmedos aún por las lágrimas que se derramaron en aquel lugar. Las paredes descascaradas me acercan a un destino sin escapatoria, un presente sin futuro, meses sin nombre, días sin horas. Avanzo mientras un extraño sentimiento se engendra en mi interior. Un escalofrío me recorre por completo, al descubrirme parte de aquel horrible lugar. Mi cuerpo ya no me pertenece y mi alma escapa de mi ser, dispuesta a recorrer los laberintos más oscuros de mis sentimientos, los baúles mejor escondidos de mis recuerdos. Una especie de monstruo se engendra en mi estómago a medida que avanzo; sus dedos tienen el largo perfecto para escabullirse entre mis costillas, y sus brazos, inquietos, parecen tener vida propia al agitarse desgarrando la densidad del ambiente tenso que me rodea. Puedo ver sus ojos, esos ojos desconfiados y vanidosos que reflejan el brillo de las personas que me impidió conocer, las palabras que nunca dije, los momentos que nunca viví. Siento el instante preciso en el que sus colmillos se hunden en mis entrañas y su veneno se dispersa por cada célula de mi cuerpo, paralizando la totalidad de mis músculos. Acelera mi corazón como si quisiera salir expulsado junto a él y alimenta las lagunas negras de mi cerebro. Ríe, ríe cada vez más fuerte consumiendo todo mi oxígeno y dejándome sin aire, mudo, inmóvil. Agudiza mis oídos hasta ensordecerme por completo y abre mis ojos como nunca antes lo había hecho, hasta que el negro parece dominarlo todo.


De pronto, vuelvo en mí.

Vuelvo de esta sensación que duró segundos, pero parecieron una eternidad. No creo que exista una palabra exacta para definirla, pero podría decir que sentí lo que comúnmente se reduce al vocablo “miedo”. Me descubro en una de las salas del museo, mirando un álbum de fotos vacío, un álbum que no es el mío… O tal vez si.